miércoles, marzo 01, 2006

Nada. Cabeza en blanco, hoja desordenada. Mente aleatoria, dispersa, aislada de la realidad. La dificultad de conectar con el exterior, salir de la cápsula. Estado inerte. Trato de acelerar la catarsis, forzarme a la risa, al llanto, quebrarme. Nada. Demasiado tiempo, demasiado esfuerzo. Rehuyo de mí misma, pierdo el control sobre mi propio control. El desencanto de afuera propicia el repliegue hacia lo inexistente, que ni siquiera es perfecto. De la risa, la mueca y no el sonido. De las lágrimas, el sabor y no la huella. Nada. Absolutamente nada. Tan inconsistente que no puedo definirla. Tanto vacío que me ocupa por completo. Una nada que no puedo desalojar. Aunque pudiera descubrir donde tiene el fondillo del culo, de todas maneras no tendría el coraje para pegarle una patada. Si ella ya no está, si me saco esta nada de encima, ¿qué me queda? Un complejo conglomerado de todo lo que no soy, una mezcla de esencias ajenas, caóticas, ridículo simulacro de coherencia... por lo menos, la nada es lo más representativo que tengo.

lunes, febrero 27, 2006

Un sueño maldito...una canción


Sueño con serpientes

Sueño con serpientes,
con serpientes de mar,
con cierto mar, ay, de serpientes
sueño yo.

Largas, transparentes
y en sus barrigas llevan
lo que puedan
arrebatarle al amor.

La mato y aparece una mayor
con mucho mas infierno en digestión.

No quepo en su boca:
me trata de tragar
pero se atora con un trebol
de mi sien.

Creo que esta loca,
le doy de masticar una paloma
y la enveneno
de mi bien.

Silvio Rodriguez

domingo, febrero 26, 2006


Saltó de un sueño inoportuno a un letargo mustio, con el corazón afónico por la espera y el alma abigarrada de horas inconclusas. Sus raíces se hundieron en la nieve que, ni blanca, ni fría, ni eterna, se mezclaba con el pegajoso barro del olvido.
Arañó la corteza vegetal que la cubría para, por una vez, darse el lujo de destrozar su propia verticalidad.
Entre zumo de savia y caucho sepultó sus hojas, arrancó sus ramas, mutiló sus brotes, separó la piel, la carne y las tripas hasta que las manos chocaron contra la viscosa pared de su indiferencia. Se quedo allí, moldeando un razonamiento rancio, sobando la oscuridad de su mente, arrugando la inconsistencia de su persona.
Sólo entonces se convirtió en la descarnada huella de lo que jamás pudo ser. Sólo entonces se desgarró ante la espectral certeza de la nada que la conformaba.